sábado, 5 de julio de 2008

Invitación al Foro por la Soberanía Alimentaria

Concebir a la Soberanía Alimentaria como una trinchera de ideas y un principio generador de acciones, nos embarcó a imaginar esta iniciativa.
Esta iniciativa, que tiene la ambición de reunir y articular a todas las organizaciones sociales que vienen trabajando en cuestiones vinculadas a esta problemática o que la consideran prioritaria, intentará erguirse como un espacio de reflexión y acción con el fin de instalar el derecho por la Soberanía Alimentaria en la agenda social y política.

Consideramos que esta lucha no será posible sino somos capaces de amalgamar el saber y la historia de numerosas organizaciones que desde hace tiempo pelean contra un modelo que multiplica el hambre y la pobreza y viola la dignidad del pueblo.

Necesitamos la articulación de esos saberes para generar recursos y herramientas que nos permitan entender, complejizar la mirada y así poder actuar a la altura de la problemática.

Por todo esto, los invitamos a forma parte de esta pequeña gesta y así habilitar a que los hombres y mujeres que habitan en Rosario y su región profundicen el debate sobre el problema de los alimentos y su calidad, el uso del agua, el modelo productivo actual y los impactos en el medio ambiente y la estructura del trabajo rural, los modelos alternativos, el uso de los transgénicos, la producción de biocombustibles, entre otros.

La cita es en la Sede de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), San Lorenzo 1879, el día miércoles 16 de julio de 2008, a las 19 hs.

¿Qué entendemos por Soberanía Alimentaria?

Para hablar de Soberanía Alimentaria, Proyecto Sur retoma los principios redactados en la Declaración de Nyéleni, que fue elaborada en el 2007 por representantes, hombres y mujeres, de campesinos, agricultores familiares, trabajadores rurales, pescadores, pueblos indígenas y organizaciones no gubernamentales.

La Soberanía Alimentaria es el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Esto pone a aquellos que producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas y políticas alimentarias, por encima de las exigencias de los mercados y de las empresas. Defiende los intereses de, e incluye a, las futuras generaciones. Nos ofrece una estrategia para resistir y desmantelar el comercio libre y corporativo y el régimen alimentario actual, y encauzar los sistemas alimentarios, agrícolas, pastoriles y de pesca para que pasen a estar gestionados por los productores y productoras locales.

La soberanía alimentaria da prioridad a las economías regionales y a los mercados locales y nacionales, y otorga el poder a los campesinos y a la agricultura familiar, la pesca artesanal y al pastoreo tradicional, y coloca la producción alimentaria, la distribución y el consumo sobre la base de la sostenibilidad medioambiental, social y económica.

La soberanía alimentaria promueve el comercio transparente, que garantiza ingresos dignos para todos los pueblos, y los derechos de los consumidores para controlar su propia alimentación y nutrición. Garantiza que los derechos de acceso y gestión de la tierra, de nuestros territorios, nuestras aguas, nuestras semillas, nuestro ganado y la biodiversidad, estén en manos de aquellos que producen los alimentos.

La Soberanía Alimentaria supone nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdades entre hombres y mujeres, pueblos, grupos raciales, clases sociales y generaciones”.


¿Por qué hablar hoy, en nuestro país, de Soberanía Alimentaria?

Porque en nuestro país no se terminó ni la pobreza ni el hambre a pesar del sostenido y festejado crecimiento económico de todos estos años.
Porque se comprobó que este modelo económico no derrama, no reparte, no distribuye la riqueza a los que con sus brazos la generan.
Porque se generó un sistema productivo perverso que combina hambre y exportación de alimentos, un campo sin campesinos, que contamina y saquea las propiedades de la tierra y el agua.
Porque en la actual coyuntura política el debate entre “unos y otros” (sin el “nosotros”) tiene como eje la rentabilidad económica y no las necesidades de alimentación de nuestro pueblo o las formas de explotación de la tierra.
Porque el avance de la extranjerización, monopolización y concentración de la tierra y de los mercados amenaza nuestra soberanía política y alimentaria.
Porque la depredación salvaje de nuestros recursos naturales está extinguiendo la diversidad ictícola y el ecosistema marino.
Porque es un derecho del pueblo conocer quiénes producen, cómo producen, qué producen y para quiénes producen.

Hambre y exportación de alimentos

Dos caras de la misma moneda. De un lado, ganancias multimillonarias por la exportación de alimentos, del otro, el crimen del hambre y la pobreza. De un lado, Cargill, Monsanto, Dreyfuss, Syngenta, Bayer, Bunge, los grandes dueños de la tierra, los “nacionales”, los extranjeros. Del otro, nuestros pibes, los que no pueden crecer, los que tienen que partir a otro lugar del universo antes de cumplir un año, antes de poder sacarle a su voz la primera palabra.

Un campo sin campesinos

La implementación del modelo sojero con su alta tecnificación y tecnologización tanto en la semilla como en el proceso productivo, expulsó familias enteras que debieron abandonar el campo y pasaron a engrosar los barrios empobrecidos de las grandes ciudades. A su vez, el desplazamiento de la frontera agrícola despojó de sus tierras ancestrales a comunidades indígenas, irrumpiendo en su forma y su modo de vida.
En los últimos diez años, el modelo del agronegocio basado en la soja transgénica desalojó 300 mil familias de campesinos e indígenas en nuestro país.

La contaminación y el saqueo de la tierra y el agua.

Este sistema económico mercantiliza la naturaleza. La tierra y los ríos son puestos al servicio de la ganancia económica, de la ambición y la avaricia de los grandes empresarios.
En sólo 4 años y por el avance de las plantaciones de soja dejaron de existir 1.100.000 hectáreas de bosques nativos en tanto que el uso del glifosato contamina napas y ríos provocando graves enfermedades en las poblaciones rurales. Asimismo, en la producción de cada kilo de soja se utilizan 2300 litros de agua dulce. En síntesis, exportamos recursos naturales (agua y tierra) a cambio de agrotóxicos.

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